7.4 Aparecida (V Conferencia, 13-V al 31-V-2007).
Capítulo 10: NUESTROS PUEBLOS Y LA CULTURA
10.1 La Cultura y su evangelización
476. La cultura, en su comprensión más extensa, representa el modo particular con el cual los hombres y los pueblos cultivan su relación con la naturaleza y con sus hermanos, con ellos mismos y con Dios, a fin de lograr una existencia plenamente humana (cfr. GS 53). En cuanto tal, es patrimonio común de los pueblos, también de América Latina y de El Caribe.
477. La V Conferencia en Aparecida mira positivamente y con verdadera empatía las distintas formas de cultura presentes en nuestro continente. La fe sólo es adecuadamente profesada, entendida y vivida, cuando penetra profundamente en el substrato cultural de un pueblo (cfr. JUAN PABLO II, Discurso a los participantes al Congreso Mundial del Movimiento General de Acción Cultural, 16 de enero de 1982). De este modo, aparece toda la importancia de la cultura para la evangelización. Pues la salvación portada por Jesucristo debe ser luz y fuerza para todos los anhelos, las situaciones gozosas o sufridas, las cuestiones presentes en las culturas respectivas de los pueblos. El encuentro de la fe con las culturas las purifica, permite que desarrollen sus virtualidades, las enriquece. Pues todas ellas buscan en última instancia la verdad, que es Cristo (Jn 14, 6).
478. Con el Santo Padre, damos gracias por el hecho de que la Iglesia, “ayudando a los fieles cristianos a vivir su fe con alegría y coherencia” ha sido, a lo largo de su historia en este continente, creadora y animadora de cultura: “La fe en Dios ha animado la vida y la cultura de estos pueblos durante más de cinco siglos”. Esta realidad se ha expresado en el arte, la música, la literatura y, sobre todo, en las tradiciones religiosas y en la idiosincrasia de sus gentes, unidas por una misma historia y por un mismo credo, y formando una gran sintonía en la diversidad de culturas y de lenguas (DI 1).
479. Con la inculturación de la fe, la Iglesia se enriquece con nuevas expresiones y valores, manifestando y celebrando cada vez mejor el misterio de Cristo, logrando unir más la fe con la vida y contribuyendo así a una catolicidad más plena, no solo geográfica, sino también cultural. Sin embargo, este patrimonio cultural latinoamericano y caribeño se ve confrontado con la cultura actual, que presenta luces y sombras. Debemos considerarla con empatía para entenderla, pero también con una postura crítica para descubrir lo que en ella es fruto de la limitación humana y del pecado. Ella presenta muchos y sucesivos cambios, provocados por nuevos conocimientos y descubrimientos de la ciencia y de la técnica. De este modo, se desvanece una única imagen del mundo que ofrecía orientación para la vida cotidiana. Recae, por tanto, sobre el individuo toda la responsabilidad de construir su personalidad y plasmar su identidad social. Así tenemos por un lado, la emergencia de la subjetividad, el respeto a la dignidad y a la libertad de cada uno, sin duda una importante conquista de la humanidad. Por otro lado, este mismo pluralismo de orden cultural y religioso, propagado fuertemente por una cultura globalizada, acaba por erigir el individualismo como característica dominante de la actual sociedad, responsable del relativismo ético y la crisis de la familia.
480. Muchos católicos se encuentran desorientados frente a este cambio cultural. Compete a la Iglesia denunciar claramente “estos modelos antropológicos incompatibles con la naturaleza y dignidad del hombre” (BENEDICTO XVI, Discurso al Cuerpo Diplomático, 8 de enero de 2007). Es necesario presentar la persona humana como el centro de toda la vida social y cultural, resultando en ella: la dignidad de ser imagen y semejanza de Dios y la vocación a ser hijos en el Hijo, llamados a compartir su vida por toda la eternidad.
La fe cristiana nos muestra a Jesucristo como la verdad última del ser humano (GS 22), el modelo en el que el ser hombre se despliega en todo su esplendor ontológico y existencial. Anunciarlo integralmente en nuestros días exige coraje y espíritu profético. Contrarrestar la cultura de muerte con la cultura cristiana de la solidaridad es un imperativo que nos toca a todos y que fue un objetivo constante de la enseñaza social de la Iglesia. Sin embargo, el anuncio del Evangelio no puede prescindir de la cultura actual. Ésta debe ser conocida, evaluada y en cierto sentido asumida por la Iglesia, con un lenguaje comprendido por nuestros contemporáneos. Solamente así la fe cristiana podrá aparecer como realidad pertinente y significativa de salvación. Pero, esta misma fe deberá engendrar modelos culturales alternativos para la sociedad actual. Los cristianos, con los talentos que han recibido, talentos apropiados deberán ser creativos en sus campos de actuación: el mundo de la cultura, de la política, de la opinión pública, del arte y de la ciencia.
10. 2 La Educación como bien público
481. Anteriormente, nos referimos a la educación católica, pero, como pastores, no podemos ignorar la misión del Estado en el campo educativo, velando de un modo particular por la educación de los niños y jóvenes. Estos centros educativos no deberían ignorar que la apertura a la trascendencia es una dimensión de la vida humana, por lo cual la formación integral de las personas reclama la inclusión de contenidos religiosos.
482. La Iglesia cree que los niños y los adolescentes tienen derecho a que se les estimule a apreciar con recta conciencia los valores morales y a prestarles su adhesión personal y también a que se les estimule a conocer y amar más a Dios. Ruega, pues, encarecidamente a todos los que gobiernan los pueblos, o están al frente de la educación, procurar que la juventud nunca se vea privada de este sagrado derecho (GE 1).
483. Ante las dificultades que encontramos al respecto en varios países, queremos empeñarnos en la formación religiosa de los fieles que asisten a las escuelas públicas de gestión estatal, procurando acompañarlos también a través de otras instancias formativas en nuestras parroquias y diócesis. Al mismo tiempo, agradecemos la dedicación de los profesores de religión en las escuelas públicas y los animamos en esta tarea. Los estimulamos para que impulsen una capacitación doctrinal y pedagógica. Agradecemos también a quienes, por la oración y la vida comunitaria, se esfuerzan por ser testimonio de fe y de coherencia en estas escuelas.
10.3 Pastoral de la Comunicación Social
484. La revolución tecnológica y los procesos de globalización conforman el mundo actual como una gran cultura mediática. Esto implica una capacidad para reconocer los nuevos lenguajes, que pueden ayudar a una mayor humanización global. Estos nuevos lenguajes configuran un elemento articulador de los cambios en la sociedad.
485. “En nuestro siglo tan influenciado por los medios de comunicación social, el primer anuncio, la catequesis o el ulterior ahondamiento de la fe, no pueden prescindir de esos medios”. Puestos al servicio del Evangelio, ellos ofrecen la posibilidad de extender casi sin límites el campo de audición de la Palabra de Dios, haciendo llegar la Buena Nueva a millones de personas. La Iglesia se sentiría culpable ante Dios si no empleara esos poderosos medios, que la inteligencia humana perfecciona cada vez más. Con ellos la Iglesia ‘proclama desde las azoteas’ (cfr. Mt 10, 27; Lc 12, 3) el mensaje del que es depositaria. En ellos encuentra una versión moderna y eficaz del ‘púlpito’. Gracias a ellos puede hablar a las multitudes (EN 45).
486. A fin de formar discípulos y misioneros en este campo, nosotros, los obispos reunidos en la V Conferencia, nos comprometemos a acompañar a los comunicadores, procurando:
a) Conocer y valorar esta nueva cultura de la comunicación.
b) Promover la formación profesional en la cultura de la comunicación de todos los agentes y creyentes.
c) Formar comunicadores profesionales competentes y comprometidos con los valores humanos y cristianos en la transformación evangélica de la sociedad, con particular atención a los propietarios, directores, programadores, periodistas y locutores.
d) Apoyar y optimizar, por parte de la Iglesia, la creación de medios de comunicación social propios, tanto en los sectores televisivo y radial, como en los sitios de Internet y en los medios impresos.
e) Estar presente en los medios de comunicación social: prensa, radio y TV, cine digital, sitios de Internet, foros y tantos otros sistemas para introducir en ellos el misterio de Cristo.
f) Educar la formación crítica en el uso de los medios de comunicación desde la primera edad.
g) Animar las iniciativas existentes o por crear en este campo, con espíritu de comunión.
h) Suscitar leyes para promover una nueva cultura que proteja a los niños, jóvenes y a las personas más vulnerables, para que la comunicación no conculque los valores y, en cambio, cree criterios válidos de discernimiento (cfr. Pontificio Consejo para la Familia, Carta de los derechos de la familia, Art. 5f, 22 de octubre de 1983).
i) Desarrollar una política de comunicación capaz de ayudar, tanto las pastorales de comunicación como los medios de comunicación de inspiración católica, a encontrar su lugar en la misión evangelizadora de la Iglesia.
487. La Internet, vista dentro del panorama de la comunicación social, debe ser entendida, en la línea ya proclamada en el Concilio Vaticano II, como una de las “maravillosas invenciones de la técnica” (Inter Mirifica, n. 1). Para la Iglesia, el nuevo mundo del espacio cibernético es una exhortación a la gran aventura de la utilización de su potencial para proclamar el mensaje evangélico. Este desafío está en el centro de lo que significa, al inicio del milenio, seguir el mandato del Señor, de “avanzar”: Duc in altum! (Lc 5,4) (JUAN PABLO II, Mensaje para la 36º Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, Internet: un nuevo fuero para la proclamación del Evangelio, n. 2, 12 de mayo de 2002).
488. La Iglesia se acerca a este nuevo medio con realismo y confianza. Como los otros instrumentos de comunicación, él es un medio y no un fin en sí mismo. La Internet puede ofrecer magníficas oportunidades de evangelización, si es usada con competencia y una clara conciencia de sus fortalezas y debilidades (Ibíd. 3).
489. Los medios de comunicación, en general, no sustituyen las relaciones personales ni la vida comunitaria local. Sin embargo, los sitios pueden reforzar y estimular el intercambio de experiencias y de informaciones que intensifiquen la práctica religiosa a través de acompañamientos y orientaciones. También en la familia deben los padres alertar a sus hijos para un uso consciente de los contenidos disponibles en la Internet, para complementar su formación educacional y moral.
490. Dado que la exclusión digital es evidente, las parroquias, comunidades, centros culturales e instituciones educacionales católicas podrían ser estimuladoras de la creación de puntos de red y salas digitales para promover la inclusión, desarrollando nuevas iniciativas y aprovechando, con una mirada positiva, aquellas que ya existen. En América Latina y El Caribe existen revistas, periódicos, sitios, portales y servicios on line que llevan contenidos informativos y formativos, además de orientaciones religiosas y sociales diversas, tales como “sacerdote”, “orientador espiritual”, “orientador vocacional”, “profesor”, “médico”, entre otros. Hay innumerables escuelas e instituciones católicas que ofrecen cursos a distancia de teología y cultura bíblica.
10.4 Nuevos areópagos y centros de decisión
491. Queremos felicitar e incentivar a tantos discípulos y misioneros de Jesucristo que, con su presencia ética coherente, siguen sembrando los valores evangélicos en los ambientes donde tradicionalmente se hace cultura y en los nuevos areópagos: el mundo de las comunicaciones, la construcción de la paz, el desarrollo y la liberación de los pueblos, sobre todo de las minorías, la promoción de la mujer y de los niños, la ecología y la protección de la naturaleza. Y “el vastísimo areópago de la cultura, de la experimentación científica, de las relaciones internacionales” (RM 37). Evangelizar la cultura, lejos de abandonar la opción preferencial por los pobres y el compromiso con la realidad, nace del amor apasionado a Cristo, que acompaña al Pueblo de Dios en la misión de inculturar el Evangelio en la historia, ardiente e infatigable en su caridad samaritana.
492. Una tarea de gran importancia es la formación de pensadores y personas que estén en los niveles de decisión. Para eso, debemos emplear esfuerzo y creatividad en la evangelización de empresarios, políticos y formadores de opinión, el mundo del trabajo, dirigentes sindicales, cooperativos y comunitarios.
494. Ante la falsa visión, tan difundida en nuestros días, de una incompatibilidad entre fe y ciencia, la Iglesia proclama que la fe no es irracional. “Fe y razón son dos alas por las cuales el espíritu humano se eleva en la contemplación de la verdad” (FR Preámbulo). Por esto valoramos a tantos hombres y mujeres de fe y ciencia, que aprendieron a ver en la belleza de la naturaleza las señales del Misterio, del amor y de la bondad de Dios, y son señales luminosas que ayudan a comprender que el libro de la naturaleza y la Sagrada Escritura hablan del mismo Verbo que se hizo carne.
495. Queremos valorar siempre más los espacios de diálogo entre fe y ciencia, incluso en los medios de comunicación. Una forma de hacerlo es a través de la difusión de la reflexión y la obra de los grandes pensadores católicos, especialmente del siglo XX, como referencias para la justa comprensión de la ciencia.
496. Dios no es sólo la suma Verdad. Él es también la suma Bondad y la suprema Belleza. Por eso, la sociedad tiene necesidad de artistas, de la misma manera como necesita de científicos, técnicos, trabajadores, especialistas, testigos de la fe, profesores, padres y madres, que garanticen el crecimiento de la persona y el progreso de la comunidad, a través de aquella forma sublime de arte que es el ‘arte de educar’ (JUAN PABLO II, Carta a los artistas, n. 4, 4 de abril de 1999).
497. Es necesario comunicar los valores evangélicos de manera positiva y propositiva. Son muchos los que se dicen descontentos, no tanto con el contenido de la doctrina de la Iglesia, sino con la forma como ésta es presentada. Para eso, en la elaboración de nuestros planes pastorales queremos:
a) Favorecer la formación de un laicado capaz de actuar como verdadero sujeto eclesial y competente interlocutor entre la Iglesia y la sociedad, y la sociedad y la Iglesia.
b) Optimizar el uso de los medios de comunicación católicos, haciéndolos más actuantes y eficaces, sea para la comunicación de la fe, sea para el diálogo entre la Iglesia y la sociedad.
c) Actuar con los artistas, deportistas, profesionales de la moda, periodistas, comunicadores y presentadores, así como con los productores de información en los medios de comunicación, con los intelectuales, profesores, líderes comunitarios y religiosos.
d) Rescatar el papel del sacerdote como formador de opinión.
498. Aprovechando las experiencias de los Centros de Fe y Cultura o Centros Culturales Católicos, trataremos de crear o dinamizar los grupos de diálogo entre la Iglesia y los formadores de opinión de los diversos campos. Convocamos a nuestras Universidades Católicas para que sean cada vez más lugar de producción e irradiación del diálogo entre fe y razón y del pensamiento católico.
499. Les cabe también a las Iglesias de América Latina y de El Caribe crear oportunidades para la utilización del arte en la catequesis de niños, adolescentes y adultos, así como en las diferentes pastorales de la Iglesia. Es necesario también que las acciones de la Iglesia en ese campo sean acompañadas por un mejoramiento técnico y profesional exigido por la propia expresión artística. Por otro lado, es también necesaria la formación de una conciencia crítica que permita juzgar con criterios objetivos la calidad artística de lo que realizamos.
500. Es fundamental que las celebraciones litúrgicas incorporen en sus manifestaciones elementos artísticos que puedan transformar y preparar a la asamblea para el encuentro con Cristo. La valorización de los espacios de cultura existente, donde se incluyen los propios templos, es una tarea esencial para la evangelización por la cultura. En esa línea, también se debe incentivar la creación de centros culturales católicos, necesarios especialmente en las áreas más carentes, donde el acceso a la cultura es más urgente y reclama mejorar el sentido de lo humano.
10.5 Discípulos y misioneros en la vida pública
501. Los discípulos y misioneros de Cristo deben iluminar con la luz del Evangelio todos los ámbitos de la vida social. La opción preferencial por los pobres, de raíz evangélica, exige una atención pastoral atenta a los constructores de la sociedad (cfr. EV 5). Si muchas de las estructuras actuales generan pobreza, en parte se ha debido a la falta de fidelidad a sus compromisos evangélicos de muchos cristianos con especiales responsabilidades políticas, económicas y culturales.
502. La realidad actual de nuestro continente pone de manifiesto que hay una notable ausencia en el ámbito político, comunicativo y universitario, de voces e iniciativas de líderes católicos de fuerte personalidad y de vocación abnegada que sean coherentes con sus convicciones éticas y religiosas (DI 4).
503. Entre las señales de preocupación, se destaca, como una de las más relevantes, la concepción del ser humano, hombre y mujer, que se ha ido plasmando. Agresiones a la vida, en todas sus instancias, en especial contra los más inocentes y desvalidos, pobreza aguda y exclusión social, corrupción y relativismo ético, entre otros aspectos, tienen como referencia un ser humano, en la práctica, cerrado a Dios y al otro.
504. Sea un viejo laicismo exacerbado, sea un relativismo ético que se propone como fundamento de la democracia, animan a fuertes poderes que pretenden rechazar toda presencia y contribución de la Iglesia en la vida pública de las naciones, y la presionan para que se repliegue en los templos y sus servicios “religiosos”. Consciente de la distinción entre comunidad política y comunidad religiosa, base de sana laicidad, la Iglesia no cejará de preocuparse por el bien común de los pueblos y, en especial, por la defensa de principios éticos no negociables porque están arraigados en la naturaleza humana.
505. Son los laicos de nuestro continente, conscientes de su llamada a la santidad en virtud de su vocación bautismal, los que tienen que actuar a manera de fermento en la masa para construir una ciudad temporal que esté de acuerdo con el proyecto de Dios. La coherencia entre fe y vida en el ámbito político, económico y social exige la formación de la conciencia, que se traduce en un conocimiento de la Doctrina social de la Iglesia. Para una adecuada formación en la misma, será de mucha utilidad el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. La V Conferencia se compromete a llevar a cabo una catequesis social incisiva, porque “la vida cristiana no se expresa solamente en las virtudes personales, sino también en las virtudes sociales y políticas” (DI 3).
506. El discípulo y misionero de Cristo que se desempeña en los ámbitos de la política, de la economía y en los centros de decisiones sufre el influjo de una cultura frecuentemente dominada por el materialismo, los intereses egoístas y una concepción del hombre contraria a la visión cristiana. Por eso, es imprescindible que el discípulo se cimiente en su seguimiento del Señor, que le dé la fuerza necesaria no sólo para no sucumbir ante las insidias del materialismo y del egoísmo, sino para construir en torno a él un consenso moral sobre los valores fundamentales que hacen posible la construcción de una sociedad justa.
507. Pensemos cuán necesaria es la integridad moral en los políticos. Muchos de los países latinoamericanos y caribeños, pero también en otros continentes, viven en la miseria por problemas endémicos de corrupción. Cuánta disciplina de integridad moral necesitamos, entendiendo por ella, en el sentido cristiano, el autodominio para hacer el bien, para ser servidor de la verdad y del desarrollo de nuestras tareas sin dejarnos corromper por favores, intereses y ventajas. Se necesita mucha fuerza y mucha perseverancia para conservar la honestidad que debe surgir de una nueva educación que rompa el círculo vicioso de la corrupción imperante. Realmente necesitamos mucho esfuerzo para avanzar en la creación de una verdadera riqueza moral que nos permita prever nuestro propio futuro.
508. Los obispos reunidos en la V Conferencia queremos acompañar a los constructores de la sociedad, ya que es la vocación fundamental de la Iglesia en este sector, formar las conciencias, ser abogada de la justicia y de la verdad, y educar en las virtudes individuales y políticas (cfr. DI 4). Queremos llamar al sentido de responsabilidad de los laicos para que estén presentes en la vida pública, y más en concreto “en la formación de los consensos necesarios y en la oposición contra las injusticias” (DI 4).
10.6 La pastoral urbana
509. El cristiano de hoy no se encuentra más en la primera línea de la producción cultural, sino que recibe su influencia y sus impactos. Las grandes ciudades son laboratorios de esa cultura contemporánea compleja y plural.
510. La ciudad se ha convertido en el lugar propio de nuevas culturas que se están gestando e imponiendo con un nuevo lenguaje y una nueva simbología. Esta mentalidad urbana se extiende también al mismo mundo rural. En definitiva, la ciudad trata de armonizar la necesidad del desarrollo con el desarrollo de las necesidades, fracasando frecuentemente en este propósito.
511. En el mundo urbano, acontecen complejas transformaciones socioeconómicas, culturales, políticas y religiosas que hacen impacto en todas las dimensiones de la vida. Está compuesto de ciudades satélites y de barrios periféricos.
512. En la ciudad, conviven diferentes categorías sociales tales como las élites económicas, sociales y políticas; la clase media con sus diferentes niveles y la gran multitud de los pobres. En ella coexisten binomios que la desafían cotidianamente: tradición-modernidad, globalidad-particularidad, inclusión-exclusión, personalización-despersonalización, lenguaje secular-lenguaje-religioso, homogeneidad-pluralidad, cultura urbana-pluriculturalismo.
513. La Iglesia en sus inicios se formó en las grandes ciudades de su tiempo y se sirvió de ellas para extenderse. Por eso, podemos realizar con alegría y valentía la evangelización de la ciudad actual. Ante la nueva realidad de la ciudad se realizan en la Iglesia nuevas experiencias, tales como la renovación de las parroquias, sectorización, nuevos ministerios, nuevas asociaciones, grupos, comunidades y movimientos. Pero se notan actitudes de miedo a la pastoral urbana; tendencias a encerrarse en los métodos antiguos y de tomar una actitud de defensa ante la nueva cultura, de sentimientos de impotencia ante las grandes dificultades de las ciudades.
514. La fe nos enseña que Dios vive en la ciudad, en medio de sus alegrías, anhelos y esperanzas, como también en sus dolores y sufrimientos. Las sombras que marcan lo cotidiano de las ciudades, como por ejemplo, violencia, pobreza, individualismo y exclusión, no pueden impedirnos que busquemos y contemplemos al Dios de la vida también en los ambientes urbanos. Las ciudades son lugares de libertad y oportunidad. En ellas las personas tienen la posibilidad de conocer a más personas, interactuar y convivir con ellas. En las ciudades es posible experimentar vínculos de fraternidad, solidaridad y universalidad. En ellas el ser humano es llamado constantemente a caminar siempre más al encuentro del otro, convivir con el diferente, aceptarlo y ser aceptado por él.
515. El proyecto de Dios es “la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén”, que baja del cielo, junto a Dios, “engalanada como una novia que se adorna para su esposo”, que es la tienda de campaña que Dios ha instalado entre los hombres. Acampará con ellos; ellos serán su pueblo y Dios mismo estará con ellos. Enjugará las lágrimas de sus ojos y no habrá ya muerte ni luto, ni llanto, ni dolor, porque todo lo antiguo ha desaparecido (Ap 21, 2-4). Este proyecto en su plenitud es futuro, pero ya está realizándose en Jesucristo, “el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin” (21, 6), que nos dice “Yo hago nuevas todas las cosas” (21, 5).
516. La Iglesia está al servicio de la realización de esta Ciudad Santa, a través de la proclamación y vivencia de la Palabra, de la celebración de la Liturgia, de la comunión fraterna y del servicio, especialmente, a los más pobres y a los que más sufren, y así va transformando en Cristo, como fermento del Reino, la ciudad actual.
517. Reconociendo y agradeciendo el trabajo renovador que ya se realiza en muchos centros urbanos, la V Conferencia propone y recomienda una nueva pastoral urbana que:
a) Responda a los grandes desafíos de la creciente urbanización.
b) Sea capaz de atender a las variadas y complejas categorías sociales, económicas, políticas y culturales: pobres, clase media y élites.
c) Desarrolle una espiritualidad de la gratitud, de la misericordia, de la solidaridad fraterna, actitudes propias de quien ama desinteresadamente y sin pedir recompensa.
d) Se abra a nuevas experiencias, estilos, lenguajes que puedan encarnar el Evangelio en la ciudad.
e) Transforme a las parroquias cada vez más en comunidades de comunidades.
f) Apueste más intensamente a la experiencia de comunidades ambientales, integradas en nivel supraparroquial y diocesano.
g) Integre los elementos propios de la vida cristiana: la Palabra, la Liturgia, la comunión fraterna y el servicio, especialmente, a los que sufren pobreza económica y nuevas formas de pobreza.
h) Difunda la Palabra de Dios, la anuncie con alegría y valentía y realice la formación de los laicos de tal modo que puedan responder las grandes preguntas y aspiraciones de hoy e insertarse en los diferentes ambientes, estructuras y centros de decisión de la vida urbana.
i) Fomente la pastoral de la acogida a los que llegan a la ciudad y a los que ya viven en ella, pasando de un pasivo esperar a un activo buscar y llegar a los que están lejos con nuevas estrategias tales como visitas a las casas, el uso de los nuevos medios de comunicación social, y la constante cercanía a lo que constituye para cada persona su cotidianidad.
j) Brinde atención especial al mundo del sufrimiento urbano, es decir, que cuide de los caídos a lo largo del camino y a los que se encuentran en los hospitales, encarcelados, excluidos, adictos a las drogas, habitantes de las nuevas periferias, en las nuevas urbanizaciones, y a las familias que, desintegradas, conviven de hecho.
k) Procure la presencia de la Iglesia, por medio de nuevas parroquias y capillas, comunidades cristianas y centros de pastoral, en las nuevas concentraciones humanas que crecen aceleradamente en las periferias urbanas de las grandes ciudades por efectos de migraciones internas y situaciones de exclusión.
518. Para que los habitantes de los centros urbanos y sus periferias, creyentes o no creyentes, puedan encontrar en Cristo la plenitud de vida, sentimos la urgencia de que los agentes de pastoral en cuanto discípulos y misioneros se esfuercen en desarrollar:
a) Un estilo pastoral adecuado a la realidad urbana con atención especial al lenguaje, a las estructuras y prácticas pastorales así como a los horarios.
b) Un plan de pastoral orgánico y articulado que integre en un proyecto común a las parroquias, comunidades de vida consagrada, pequeñas comunidades, movimientos e instituciones que inciden en la ciudad y que su objetivo sea llegar al conjunto de la ciudad. En los casos de grandes ciudades en las que existen varias Diócesis se hace necesario un plan interdiocesano.
c) Una sectorización de las parroquias en unidades más pequeñas que permitan la cercanía y un servicio más eficaz.
d) Un proceso de iniciación cristiana y de formación permanente que retroalimente la fe de los discípulos del Señor integrando el conocimiento, el sentimiento y el comportamiento.
e) Servicios de atención, acogida personal, dirección espiritual y del sacramento de la reconciliación, respondiendo a la soledad, a las grandes heridas sicológicas que sufren muchos en las ciudades, teniendo en cuenta las relaciones interpersonales.
f) Una atención especializada a los laicos en sus diferentes categorías: profesionales, empresariales y trabajadores.
g) Procesos graduales de formación cristiana con la realización de grandes eventos de multitudes, que movilicen la ciudad, que hagan sentir que la ciudad es un conjunto, es un todo, que sepan responder a la afectividad de sus ciudadanos y en un lenguaje simbólico sepan transmitir el Evangelio a todas las personas que viven en la ciudad.
h) Estrategias para llegar a los lugares cerrados de las ciudades como urbanizaciones, condominios, torres residenciales o aquellos ubicados en los así llamados tugurios y favelas.
i) La presencia profética que sepa levantar la voz en relación a cuestiones de valores y principios del Reino de Dios, aunque contradiga todas las opiniones, provoque ataques y se quede sola en su anuncio. Es decir, que sea farol de luz, ciudad colocada en lo alto para iluminar.
j) Una mayor presencia en los centros de decisión de la ciudad tanto en las estructuras administrativas como en las organizaciones comunitarias, profesionales y de todo tipo de asociación para velar por el bien común y promover los valores del Reino.
k) La formación y acompañamiento de laicos y laicas que, influyendo en los centros de opinión, se organicen entre sí y puedan ser asesores para toda la acción eclesial.
l) Una pastoral que tenga en cuenta la belleza en el anuncio de la Palabra y en las diversas iniciativas ayudando a descubrir la plena belleza que es Dios.
m) Servicios especiales que respondan a las diferentes actividades propias de la ciudad: trabajo, ocio, deportes, turismo, arte, etc.
n) Una descentralización de los servicios eclesiales de modo que sean muchos más los agentes de pastoral que se integren a esta misión, teniendo en cuenta las categorías profesionales.
o) Una formación pastoral de los futuros presbíteros y agentes de pastoral capaz de responder a los nuevos retos de la cultura urbana.
519. Todo lo anteriormente dicho no quita importancia, sin embargo, a una renovada pastoral rural que fortalezca a los habitantes del campo y su desarrollo económico y social, contrarrestando las migraciones. A ellos se les debe anunciar la Buena Nueva para que enriquezcan sus propias culturas y las relaciones comunitarias y sociales.
10.7 Al servicio de la unidad y de la fraternidad de nuestros pueblos
520. En la nueva situación cultural afirmamos que el proyecto del Reino está presente y es posible, y por ello aspiramos a una América Latina y Caribeña unida, reconciliada e integrada. Esta casa común está habitada por un complejo mestizaje y una pluralidad étnica y cultural, en el que el Evangelio se ha transformado (…) en el elemento clave de una síntesis dinámica que, con matices diversos según las naciones, expresa de todas formas la identidad de los pueblos latinoamericanos (BENEDICTO XVI, Audiencia General, Viaje Apostólico a Brasil, 23 de mayo de 2007).
521. Los desafíos que enfrentamos hoy en América Latina y el mundo tienen una característica peculiar. Ellos no sólo afectan a todos nuestros pueblos de manera similar sino que, para ser enfrentados, requieren una comprensión global y una acción conjunta. Creemos que “un factor que puede contribuir notablemente a superar los apremiantes problemas que hoy afectan a este continente es la integración latinoamericana” (SD 15).
522. Por una parte, se va configurando una realidad global que hace posible nuevos modos de conocer, aprender y comunicarse, que nos coloca en contacto diario con la diversidad de nuestro mundo y crea posibilidades para una unión y solidaridad más estrechas a niveles regionales y a nivel mundial. Por otra parte, se generan nuevas formas de empobrecimiento, exclusión e injusticia. El Continente de la esperanza debe lograr su integración sobre los cimientos de la vida, el amor y la paz.
523. Reconocemos una profunda vocación a la unidad en el “corazón” de cada hombre, por tener todos el mismo origen y Padre, y por llevar en sí la imagen y semejanza del mismo Dios en su comunión trinitaria (cfr. Gn 1, 26). La Iglesia se reconoce en las enseñanzas del Concilio Vaticano II como “sacramento de unidad del género humano”, consciente de la victoria pascual de Cristo pero viviendo en el mundo que está aún bajo el poder del pecado, con su secuela de contradicciones, dominaciones y muerte. Desde esta lectura creyente de la historia se percibe la ambigüedad del actual proceso de globalización.
524. La Iglesia de Dios en América Latina y El Caribe es sacramento de comunión de sus pueblos. Es morada de sus pueblos; es casa de los pobres de Dios. Convoca y congrega todos en su misterio de comunión, sin discriminaciones ni exclusiones por motivos de sexo, raza, condición social y pertenencia nacional. Cuanto más la Iglesia refleja, vive y comunica ese don de inaudita unidad, que encuentra en la comunión trinitaria su fuente, modelo y destino, resulta más significativo e incisivo su operar como sujeto de reconciliación y comunión en la vida de nuestros pueblos. María Santísima es la presencia materna indispensable y decisiva en la gestación de un pueblo de hijos y hermanos, de discípulos y misioneros de su Hijo.
525. La dignidad de reconocernos como una familia de latinoamericanos y caribeños implica una experiencia singular de proximidad, fraternidad y solidaridad. No somos un mero continente, apenas un hecho geográfico con un mosaico ininteligible de contenidos. Tampoco somos una suma de pueblos y de etnias que se yuxtaponen. Una y plural, América Latina es la casa común, la gran patria de hermanos de unos pueblos –como afirmó S. S. Juan Pablo II en Santo Domingo (JUAN PABLO II, Discurso inaugural en la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, 12 de octubre de 1992) – a quienes la misma geografía, la fe cristiana, la lengua y la cultura han unido definitivamente en el camino de la historia. Es, pues, una unidad que está muy lejos de reducirse a uniformidad, sino que se enriquece con muchas diversidades locales, nacionales y culturales.
526. Ya la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano se proponía “reanudar con renovado vigor la evangelización de la cultura de nuestros pueblos y de los diversos grupos étnicos” para que “la fe evangélica, como base de comunión, se proyecte en formas de integración justa en los cuadros respectivos de una nacionalidad, de una gran patria latinoamericana (...)” (DP 428). La IV Conferencia en Santo Domingo volvía a proponer “el permanente rejuvenecimiento del ideal de nuestros próceres sobre la Patria Grande”. La V Conferencia en Aparecida expresa su firme voluntad de proseguir ese compromiso.
527. No hay por cierto otra región que cuente con tantos factores de unidad como América Latina –de los que la vigencia de la tradición católica es cimiento fundamental de su construcción–, pero se trata de una unidad desgarrada porque atravesada por profundas dominaciones y contradicciones, todavía incapaz de incorporar en sí “todas las sangres” y de superar la brecha de estridentes desigualdades y marginaciones. Es nuestra patria grande pero lo será realmente “grande” cuando lo sea para todos, con mayor justicia. En efecto, es una contradicción dolorosa que el Continente del mayor número de católicos sea también el de mayor inequidad social.
528. Apreciamos en los últimos 20 años avances significativos y promisorios en los procesos y sistemas de integración de nuestros países. Se han intensificado las relaciones comerciales y las políticas. Es nueva y más estrecha la comunicación y solidaridad entre el Brasil y los países hispanoamericanos y los caribeños. Sin embargo, hay muy graves bloqueos que empantanan esos procesos. Es frágil y ambigua una mera integración comercial. Lo es también cuando se reduce a cuestión de cúpulas políticas y económicas y no arraiga en la vida y participación de los pueblos. Los retrasos en la integración tienden a profundizar la pobreza y las desigualdades, mientras las redes del narcotráfico se integran más allá de toda frontera. No obstante que el lenguaje político abunde sobre la integración, la dialéctica de la contraposición parece prevalecer sobre el dinamismo de la solidaridad y amistad. La unidad no se construye por contraposición a enemigos comunes sino por realización de una identidad común.
10.8 La integración de los Indígenas y Afroamericanos
529. Como discípulos de Jesucristo, encarnado en la vida de todos los pueblos descubrimos y reconocemos desde la fe las “semillas del Verbo” (cfr. SD 245) presentes en las tradiciones y culturas de los pueblos indígenas de América Latina. De ellos valoramos su profundo aprecio comunitario por la vida, presente en toda la creación, en la existencia cotidiana y en la milenaria experiencia religiosa, que dinamiza sus culturas, la que llega a su plenitud en la revelación del verdadero rostro de Dios por Jesucristo.
530. Como discípulos y misioneros al servicio de la vida, acompañamos a los pueblos indígenas y originarios en el fortalecimiento de sus identidades y organizaciones propias, la defensa del territorio, una educación intercultural bilingüe y la defensa de sus derechos. Nos comprometemos también a crear conciencia en la sociedad acerca de la realidad indígena y sus valores, a través de los medios de comunicación social y otros espacios de opinión. A partir de los principios del Evangelio apoyamos la denuncia de actitudes contrarias a la vida plena en nuestros pueblos originarios, y nos comprometemos a proseguir la obra de evangelización de los indígenas, así como a procurar los aprendizajes educativos y laborales con las transformaciones culturales que ello implica.
531. La Iglesia estará atenta ante los intentos de desarraigar la fe católica de las comunidades indígenas, con lo cual se las dejaría en situación de indefensión y confusión ante los embates de las ideologías y de algunos grupos alienantes, lo que atentaría contra el bien de las mismas comunidades.
532. El seguimiento de Jesús en el Continente pasa también por el reconocimiento de los afroamericanos como un reto que nos interpela para vivir el verdadero amor a Dios y al prójimo. Ser discípulos y misioneros significa asumir la actitud de compasión y cuidado del Padre, que se manifiestan en la acción liberadora de Jesús. La Iglesia defiende los auténticos valores culturales de todos los pueblos, especialmente de los oprimidos, indefensos y marginados, ante la fuerza arrolladora de las estructuras de pecado manifiestas en la sociedad moderna (SD 243). Conocer los valores culturales, la historia y tradiciones de los afroamericanos, entrar en diálogo fraterno y respetuoso con ellos, es un paso importante en la misión evangelizadora de la Iglesia. Nos acompañe en ello el testimonio de san Pedro Claver.
533. Por esto, la Iglesia denuncia la práctica de la discriminación y del racismo en sus diferentes expresiones, pues ofende en lo más profundo la dignidad humana creada a “imagen y semejanza de Dios”. Nos preocupa que pocos afroamericanos accedan a la educación superior, con lo cual se vuelve más difícil su acceso a los ámbitos de decisión en la sociedad. En su misión de abogada de la justicia y de los pobres se hace solidaria de los afroamericanos en las reivindicaciones por la defensa de sus territorios, en la afirmación de sus derechos, ciudadanía, proyectos propios de desarrollo y conciencia de negritud. La Iglesia apoya el diálogo entre cultura negra y fe cristiana y sus luchas por la justicia social, e incentiva la participación activa de los afroamericanos en las acciones pastorales de nuestras Iglesias y del CELAM. La Iglesia con su predicación, vida sacramental y pastoral habrá de ayudar a que las heridas culturales injustamente sufridas en la historia de los afroamericanos, no absorban, ni paralicen desde dentro, el dinamismo de su personalidad humana, de su identidad étnica, de su memoria cultural, de su desarrollo social en los nuevos escenarios que se presentan.
10.9 Caminos de reconciliación y solidaridad
534. La Iglesia tiene que animar a cada pueblo para construir en su patria una casa de hermanos donde todos tengan una morada para vivir y convivir con dignidad. Esa vocación requiere la alegría de querer ser y hacer una nación, un proyecto histórico sugerente de vida en común. La Iglesia ha de educar y conducir cada vez más a la reconciliación con Dios y los hermanos. Hay que sumar y no dividir. Importa cicatrizar heridas, evitar maniqueísmos, peligrosas exasperaciones y polarizaciones. Los dinamismos de integración digna, justa y equitativa en el seno de cada uno de los países favorece la integración regional y, a la vez, es incentivada por ella.
535. Es necesario educar y favorecer en nuestros pueblos todos los gestos, obras y caminos de reconciliación y amistad social, de cooperación e integración. La comunión alcanzada en la sangre reconciliadora de Cristo nos da la fuerza para ser constructores de puentes, anunciadores de verdad, bálsamo para las heridas. La reconciliación está en el corazón de la vida cristiana. Es iniciativa propia de Dios en busca de nuestra amistad, que comporta consigo la necesaria reconciliación con el hermano. Se trata de una reconciliación que necesitamos en los diversos ámbitos y en todos y entre todos nuestros países. Esta reconciliación fraterna presupone la reconciliación con Dios, fuente única de gracia y de perdón, que alcanza su expresión y realización en el sacramento de la penitencia que Dios nos regala a través de la Iglesia.
536. En el corazón y la vida de nuestros pueblos late un fuerte sentido de esperanza, no obstante las condiciones de vida que parecen ofuscar toda esperanza. Ella se experimenta y alimenta en el presente, gracias a los dones y signos de vida nueva que se comparte; compromete en la construcción de un futuro de mayor dignidad y justicia y ansía “los cielos nuevos y la tierra nueva” que Dios nos ha prometido en su morada eterna.
537. América Latina y El Caribe deben ser no sólo el Continente de la esperanza sino que además deben abrir caminos hacia la civilización del amor. Así se expresó el Papa Benedicto XVI en el santuario mariano de Aparecida (DI 4) para que nuestra casa común sea un continente de la esperanza, del amor, de la vida y de la paz hay que ir, como buenos samaritanos, al encuentro de las necesidades de los pobres y los que sufren y crear “las estructuras justas que son una condición sin la cual no es posible un orden justo en la sociedad…”. Estas estructuras, sigue el Papa, “no nacen ni funcionan sin un consenso moral de la sociedad sobre los valores fundamentales y sobre la necesidad de vivir estos valores con las necesarias renuncias, incluso contra el interés personal”, y “donde Dios está ausente (…) estos valores no se muestran con toda su fuerza ni se produce un consenso sobre ellos” (Ibíd 89). Tales estructuras justas nacen y funcionan cuando la sociedad percibe que el hombre y la mujer, creados a imagen y semejanza de Dios, poseen una dignidad inviolable, al servicio de la cual se han de concebir y actuar los valores fundamentales que rigen la convivencia humana. Este consenso moral y cambio de estructuras son importantes para disminuir la hiriente inequidad que hoy existe en nuestro continente, entre otras cosas a través de políticas públicas y gastos sociales bien orientados, así como del control de lucros desproporcionados de grandes empresas. La Iglesia alienta y propicia el ejercicio de una “imaginación de la caridad” que permita soluciones eficaces.
538. Todas las auténticas transformaciones se fraguan y forjan en el corazón de las personas e irradian en todas las dimensiones de su existencia y convivencia. No hay nuevas estructuras si no hay hombres nuevos y mujeres nuevas que movilicen y hagan converger en los pueblos ideales y poderosas energías morales y religiosas. Formando discípulos y misioneros, la Iglesia da respuesta a esta exigencia.
539. La Iglesia alienta y favorece la reconstrucción de la persona y de sus vínculos de pertenencia y convivencia, desde un dinamismo de amistad, gratuidad y comunión. De este modo se contrarrestan los procesos de desintegración y atomización sociales. Para ello hay que aplicar el principio de subsidiariedad en todos los niveles y estructuras de la organización social. En efecto, el Estado y el mercado no satisfacen ni pueden satisfacer todas las necesidades humanas. Cabe, pues, apreciar y alentar los voluntariados sociales, las diversas formas de libre autoorganización y participación populares y las obras caritativas, educativas, hospitalarias, de cooperación en el trabajo y otras promovidas por la Iglesia, que responden adecuadamente a estas necesidades.
540. Los discípulos y misioneros de Cristo promueven una cultura del compartir en todos los niveles en contraposición de la cultura dominante de acumulación egoísta, asumiendo con seriedad la virtud de la pobreza como estilo de vida sobrio para ir al encuentro y ayudar a las necesidades de los hermanos que viven en la indigencia.
541. Compete también a la Iglesia colaborar en la consolidación de las frágiles democracias, en el positivo proceso de democratización en América Latina y El Caribe, aunque existan actualmente graves retos y amenazas de desvíos autoritarios. Urge educar para la paz, dar seriedad y credibilidad a la continuidad de nuestras instituciones civiles, defender y promover los derechos humanos, custodiar en especial la libertad religiosa y cooperar para suscitar los mayores consensos nacionales.
542. La paz es un bien preciado pero precario que debemos cuidar, educar y promover todos en nuestro continente. Como sabemos, la paz no se reduce a la ausencia de guerras ni a la exclusión de armas nucleares en nuestro espacio común, logros ya significativos, sino a la generación de una “cultura de paz” que sea fruto de un desarrollo sustentable, equitativo y respetuoso de la creación (“el desarrollo es el nuevo nombre de la paz” decía Paulo VI), y que nos permita enfrentar conjuntamente los ataques del narcotráfico y consumo de drogas, del terrorismo y de las muchas formas de violencia que hoy imperan en nuestra sociedad. La Iglesia, sacramento de reconciliación y de paz, desea que los discípulos y misioneros de Cristo sean también, ahí donde se encuentren, “constructores de paz” entre los pueblos y naciones de nuestro Continente. La Iglesia está llamada a ser una escuela permanente de verdad y justicia, de perdón y reconciliación para construir una paz auténtica.
543. Una auténtica evangelización de nuestros pueblos implica asumir plenamente la radicalidad del amor cristiano, que se concreta en el seguimiento de Cristo en la Cruz; en el padecer por Cristo a causa de la justicia; en el perdón y amor a los enemigos. Este amor supera al amor humano y participa en el amor divino, único eje cultural capaz de construir una cultura de la vida. En el Dios Trinidad la diversidad de Personas no genera violencia y conflicto, sino que es la misma fuente de amor y de la vida. Una evangelización que pone la Redención en el centro, nacida de un amor crucificado, es capaz de purificar las estructuras de la sociedad violenta y generar nuevas. La radicalidad de la violencia sólo se resuelve con la radicalidad del amor redentor. Evangelizar sobre el amor de plena donación, como solución al conflicto, debe ser el eje cultural “radical” de una nueva sociedad. Sólo así el Continente de la esperanza puede llegar a tornarse verdaderamente el Continente del amor.
544. Reafirmamos la importancia del CELAM y reconocemos que ha sido una instancia profética para la unidad de los pueblos latinoamericanos y caribeños, y ha demostrado la viabilidad de su cooperación y solidaridad desde la comunión eclesial. Por eso nos comprometemos a seguir fortaleciendo su servicio en la colaboración colegial de los Obispos y en el camino de realización de la identidad eclesial latinoamericana y caribeña. Invitamos a los Episcopados de países implicados en los distintos sistemas de integración subregionales, incluidos los de la Cuenca Amazónica, a estrechar vínculos de reflexión y cooperación. También alentamos que continúe el fortalecimiento de vínculos para la relación entre el Episcopado latinoamericano y los Episcopados de Estados Unidos y Canadá a la luz de la Exhortación Apostólica Ecclesia in America, así como también con los Episcopados europeos.
545. Conscientes de que la misión evangelizadora no puede ir separada de la solidaridad con los pobres y su promoción integral, y sabiendo que hay comunidades eclesiales que carecen de los medios necesarios, es imperativo ayudarlas, a imitación de las primeras comunidades cristianas, para que de verdad se sientan amadas. Urge, pues, la creación de un fondo de solidaridad entre las Iglesias de América Latina y El Caribe que esté al servicio de las iniciativas pastorales propias.
546. Al enfrentar tan graves desafíos nos alientan las palabras del Santo Padre: No hay duda de que las condiciones para establecer una paz verdadera son la restauración de la justicia, la reconciliación y el perdón. De esta toma de conciencia, nace la voluntad de transformar también las estructuras injustas para establecer respeto de la dignidad del hombre creado a imagen y semejanza de Dios… Como he tenido ocasión de afirmar, la Iglesia no tiene como tarea propia emprender una batalla política, sin embargo, tampoco puede ni debe quedarse al margen de la lucha por la justicia (SCa 89).
Fuente: V Conferencia general del Episcopado latinoamericano y del Caribe, Aparecida, 13-31 de mayo de 2007, Capítulo 10.