1.1.1 Carta Apostólica Maximum illud (30-XI-1919) nn. 7, 9 y 13. 1

 

7. Cuidado y formación del clero nativo

30. Por último, es de lo más principal e imprescindible, para quienes tienen a su cargo el gobierno de las Misiones, el educar y formar para los sagrados ministerios los naturales mismos de la región que cultivan; en ello se basa principalmente la esperanza de las Iglesias jóvenes.

31. Porque es indecible lo que vale, para infiltrar la fe en las almas de los naturales, el contacto de un sacerdote indígena del mismo origen, carácter, sentimientos y aficiones que ellos, ya que nadie puede saber como el insinuarse en sus almas. Y así, a veces sucede que se abra a un sacerdote indígena sin dificultad la puerta de una Misión cerrada a cualquier otro sacerdote extranjero.

32. Más, para que el clero indígena rinda el fruto apetecido, es absolutamente indispensable que esté dotado de una sólida formación. Para ello no basta en manera alguna un tinte de formación incipiente y elemental, esencialmente indispensable para poder recibir el sacerdocio.

33. Su formación debe ser plena, completa y acabada bajo todos sus aspectos, tal y como suele darse hoy a los sacerdotes en los pueblos cultos.

34. No es el fin de la formación del clero indígena poder ayudar únicamente a los misioneros extranjeros, desempeñando los oficios de menor importancia, sino que su objeto es formarles de suerte que puedan el día de mañana tomar dignamente sobre sí el gobierno de su pueblo y ejercitar en él el divino ministerio.

35. Siendo la Iglesia de Dios católica y propia de todos los pueblos y naciones, es justo que haya en ella sacerdotes de todos los pueblos, a quienes puedan seguir sus respectivos naturales como maestros en la ley divina y guías en el camino de la salud.

36. En efecto, allí donde el clero indígena es suficiente y se halla tan bien formado que no desmerece en nada su vocación, puede decirse que la obra del misionero está felizmente acabada y la Iglesia perfectamente establecida. Y si, más tarde la tormenta de la persecución amenaza destruirla, no habrá que temer que, con tal base y tales raíces, zozobre a los embates del enemigo.

38. Por eso es más de sentir que, después de tanta insistencia por parte de los Pontífices haya todavía regiones donde, habiéndose introducido hace muchos siglos la fe católica, no se vea todavía clero indígena bien formado y que haya algunos pueblos, favorecidos tiempo ha con la luz y benéfica influencia del Evangelio, y que, habiendo dejado ya su retraso y subido a tal grado de cultura que cuentan con hombres eminentes en todo género de artes civiles, sin embargo, en cuestión de clero, no hayan sido capaces de producir no obispos que los rijan ni sacerdotes que se impongan por su saber a sus conciudadanos. Ello es señal evidente de ser manco y deficiente el sistema empleado hasta hoy en algunas partes en orden a la formación del clero indígena.

9. Evitar nacionalismos

43. Convencidos en el alma de que a cada uno de vosotros se dirigía el Señor cuando dijo: «Olvida tu pueblo y la casa de su padre» (Sal 44, 11), recordad que no es vuestra vocación para dilatar fronteras de imperios humanos, sino las de Cristo; ni para agregar ciudadanos a ninguna patria de aquí abajo, sino a la patria de arriba.

46. Suponed, pues, que, en efecto, entren en la conducta del misionero elementos humanos, y que, en lugar de verse en él sólo al apóstol, se trasluzca también al agente de intereses patrios. Inmediatamente su trabajo se haría sospechoso a la gente que fácilmente podría ser arrastrada al convencimiento de ser la religión cristiana propia de una determinada nación y, por lo mismo, de que al abrazarla sería renunciar a sus derechos nacionales para someterse a tutelas extranjeras.

48. No obrará así quien se precie de ser lo que su nombre de misionero católico significa, pues éste tal, teniendo siempre ante los ojos que su misión es embajada de Jesucristo y no legación patriótica, se conducirá de modo que cualquiera que examine en él al ministro de una religión que, sin exclusivismos de fronteras, abraza a todos los hombres que adoran a Dios en verdad y es espíritu, «donde no hay distinción de gentil y judío, de circuncisión y incircuncisión, de bárbaro y escita, de siervo y libre, porque Cristo lo es todo en todos» (Col 3, 11).

59. Y ante todo, sea el primer estudio, como es natural, el de la lengua que hablan sus futuros misionados. No debe bastar un conocimiento elemental de ella, sino que debe llegar a dominarla y manejarla con destreza; porque el misionero ha de consagrarse a los doctos lo mismo que a los ignorantes, y no desconoce cuán fácilmente, quien maneja bien el idioma, puede captar los ánimos de los naturales.

13. Santidad de vida

64. Pero quienes deseen hacerse aptos para el apostolado tienen que concentrar necesariamente sus energías en lo que antes hemos indicado, y que es de suma importancia y trascendencia, a saber: la santidad de vida. Porque ha de ser hombre de Dios quien a Dios tiene que predicar, como ha de huir del pecado quien a los demás exhorta que lo detesten.

65. De una manera especial tiene esto explicación tratándose de quien ha de vivir entre gentiles, que se guían más por lo que ven que por la razón, y para quienes el ejemplo de vida, en punto a convertirles a la fe, es más elocuente que las palabras.

 


1Fuente: AAS 11 (1919) 440-455. La versión castellana utilizada se ha tomado de: Guerrero, Fernando (dir.), El Magisterio Pontificio Contemporáneo. Colección de Encíclicas y Documentos desde León XII a Juan Pablo II, tomo II (Evangelización. Familia. Educación. Orden Sociopolítico), BAC, Madrid 1992, págs. 14-19.

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