5.1.1 Exhortación apostólica postsinodal Sacramentum caritatis (22-02-2007) nn. 54 y 78.

 

54. A partir de las afirmaciones fundamentales del Concilio Vaticano II, se ha subrayado varias veces la importancia de la participación activa de los fieles en el Sacrificio eucarístico. Para favorecerla se pueden permitir algunas adaptaciones apropiadas a los diversos contextos y culturas (cfr. SC nn. 37-42). El hecho de que haya habido algunos abusos no disminuye la claridad de este principio, que se debe mantener de acuerdo con las necesidades reales de la Iglesia, que vive y celebra el mismo misterio de Cristo en situaciones culturales diferentes. En efecto, el Señor Jesús, precisamente en el misterio de la Encarnación, naciendo de mujer como hombre perfecto (cf. Ga 4,4), no sólo está en relación directa con las expectativas expresadas en el Antiguo Testamento, sino también con las de todos los pueblos. Con eso, Él ha manifestado que Dios quiere encontrarse con nosotros en nuestro contexto vital. Por tanto, para una participación más eficaz de los fieles en los santos Misterios, es útil proseguir el proceso de inculturación en el ámbito de la celebración eucarística, teniendo en cuenta las posibilidades de adaptación que ofrece la Ordenación General del Misal Romano (cfr. nn.386-399), interpretadas a la luz de los criterios fijados por la IV Instrucción de la Congregación para el Culto divino y la Disciplina de los Sacramentos, Varietates legitimae, del 25 de enero de 1994 (AAS 87 (1995), 288-314.), y de las directrices dadas por el Papa Juan Pablo II en las Exhortaciones apostólicas postsinodales Ecclesia in Africa, Ecclesia in America, Ecclesia in, Ecclesia in Oceania, Ecclesia in Europa. Para lograr este objetivo, recomiendo a las Conferencias Episcopales que favorezcan el adecuado equilibrio entre los criterios y normas ya publicadas y las nuevas adaptaciones (cfr. XI Asamblea General del Sínodo de los Obispos (2005), Propositio 26) siempre de acuerdo con la Sede Apostólica.

78. De todo lo expuesto se desprende que el Misterio eucarístico nos hace entrar en diálogo con las diferentes culturas, aunque en cierto sentido también las desafía (Cf. Relatio post disceptationem, 30: L'Osservatore Romano (14 octubre 2005), p. 6.). Se ha de reconocer el carácter intercultural de este nuevo culto, de esta logiké latreía. La presencia de Jesucristo y la efusión del Espíritu Santo son acontecimientos que pueden confrontarse siempre con cada realidad cultural, para fermentarla evangélicamente. Por consiguiente, esto comporta el compromiso de promover con convicción la evangelización de las culturas, con la conciencia de que el mismo Cristo es la verdad de todo hombre y de toda la historia humana. La Eucaristía se convierte en criterio de valorización de todo lo que el cristiano encuentra en las diferentes expresiones culturales. En este importante proceso podemos escuchar las muy significativas palabras de san Pablo que, en su primera Carta a los Tesalonicenses, exhorta: « examinadlo todo, quedándoos con lo bueno » (5,21).

Fuente: AAS 99 (2007) 146-147 y 165. La versión española:

http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/apost_exhortations/documents/hf_ben-xvi_exh_20070222_sacramentum-caritatis_sp.html

 

5.1.2 Discurso a los Obispos del Brasil, Sao Paulo (11-V-2007) n. 4

 4. Recomenzar desde Cristo en todos los ámbitos de la misión. Redescubrir en Jesús el amor y la salvación que el Padre nos da, por el Espíritu Santo. Ésta es la sustancia, la raíz, de la misión episcopal que hace del Obispo el primero responsable por la catequesis diocesana. En efecto, tiene la dirección superior de la catequesis, rodeándose de colaboradores competentes y merecedores de confianza. Es obvio, por tanto, que sus catequistas no son simples comunicadores de experiencias de fe, sino que deben ser auténticos transmisores, bajo la guía de su Pastor, de las verdades reveladas. La fe es una caminata conducida por el Espíritu Santo que se condensa en dos palabras: conversión y seguimiento. Ésas dos palabras-llave de la tradición cristiana indican con claridad, que la fe en Cristo implica una praxis de vida basada en el doble mandamiento del amor, a Dios y al prójimo, y expresan también la dimensión social de la vida cristiana.

La verdad supone un conocimiento claro del mensaje de Jesús, transmitida gracias a un comprensible lenguaje inculturado, pero necesariamente fiel a la propuesta del Evangelio. En los tiempos actuales es urgente un conocimiento adecuado de la fe, como está bien sintetizada en el Catecismo de la Iglesia Católica con su Compendio. Hace parte de la catequesis esencial también la educación a las virtudes personales y sociales del cristiano, como también la educación a la responsabilidad social. Exactamente porque fe, vida y celebración de la sagrada liturgia como fuente de fe y de vida, son inseparables, es necesaria una aplicación más correcta de los principios indicados por el Concilio Vaticano II en lo que respecta a la Liturgia de la Iglesia, incluyendo las disposiciones contenidas en el Directorio para los Obispos (nn.145-151), con el propósito de devolver a la Liturgia su carácter sagrado. Es con esta finalidad que mi Venerable predecesor en la Cátedra de Pedro, Juan Pablo II, quiso renovar “un vehemente apelo para que las normas litúrgicas sean observadas, con gran fidelidad, en la celebración eucarística” (...) “La liturgia jamás es propiedad privada de alguien, ni del celebrante, ni de la comunidad donde son celebrados los santos misterios” (Ecclesia de Eucharistia, n. 52). Redescubrir y valorar la obediencia a las normas litúrgicas por parte de los Obispos, como “moderadores de la vida litúrgica de la Iglesia”, significa dar testimonio de la misma Iglesia, una y universal, que preside en la caridad.

Fuente: AAS 99 (2007) 425-433. Versión española:

http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/speeches/2007/may/documents/hf_ben-xvi_spe_20070511_bishops-brazil_sp.html

 

5.1.3 Sínodo de Obispos (Asamblea ordinaria, 24-X-2008) n. 15.

No obstante, la Palabra de Dios - para usar una significativa imagen paulina - “no está encadenada” (2Tm 2, 9) a una cultura; es más, aspira a atravesar las fronteras y, precisamente el Apóstol fue un artífice excepcional de inculturación del mensaje bíblico dentro de nuevas coordenadas culturales. Es lo que la Iglesia está llamada a hacer también hoy, mediante un proceso delicado pero necesario, que ha recibido un fuerte impulso del magisterio del Papa Benedicto XVI. Tiene que hacer que la Palabra de Dios penetre en la multiplicidad de las culturas y expresarla según sus lenguajes, sus concepciones, sus símbolos y sus tradiciones religiosas. Sin embargo, debe ser capaz de custodiar la sustancia de sus contenidos, vigilando y evitando el riesgo de degeneración. La Iglesia tiene que hacer brillar los valores que la Palabra de Dios ofrece a otras culturas, de manera que puedan llegar a ser purificadas y fecundadas por ella. Como dijo Juan Pablo II al episcopado de Kenya durante su viaje a África en 1980, “la inculturación será realmente un reflejo de la encarnación del Verbo, cuando una cultura, transformada y regenerada por el Evangelio, produce en su propia tradición expresiones originales de vida, de celebración y de pensamiento cristiano”.

Fuente: Mensaje al Pueblo de Dios del Sínodo de los Obispos sobre la Palabra de Dios, 24-X-2008, n. 15

http://www.vatican.va/roman_curia/synod/documents/rc_synod_doc_20081024_message-synod_sp.html

 

5.1.4 Exhortación apostólica postsinodal Verbum Domini (30-10-2010) nn. 109-116.

Palabra de Dios y culturas

El valor de la cultura para la vida del hombre

109. El anuncio joánico referente a la encarna­ción del Verbo, revela la unión indisoluble entre la Palabra divina y las palabras humanas, por las cua­les se nos comunica. En el marco de esta consi­deración, el Sínodo de los Obispos se ha fijado en la relación entre Palabra de Dios y cultura. En efecto, Dios no se revela al hombre en abstracto, sino asumiendo lenguajes, imágenes y expresiones vinculadas a las diferentes culturas. Es una rela­ción fecunda, atestiguada ampliamente en la his­toria de la Iglesia. Hoy, esta relación entra también en una nueva fase, debido a que la evangelización se extiende y arraiga en el seno de las diferentes culturas, así como a los más recientes avances de la cultura occidental. Esto exige, ante todo, que se reconozca la importancia de la cultura para la vida de todo hombre. En efecto, el fenómeno de la cultura, en sus múltiples aspectos, se presenta como un dato constitutivo de la experiencia hu­mana: «El hombre vive siempre según una cultura que le es propia, y que, a su vez crea entre los hombres un lazo que les es también propio, de­terminando el carácter inter-humano y social de la existencia humana» (Juan Pablo II, Discurso a la UNESCO (2 junio 1980), 6: AAS 72 (1980), 738).

La Palabra de Dios ha inspirado a lo largo de los siglos las diferentes culturas, generando valores morales fundamentales, expresiones artísticas excelentes y estilos de vida ejemplares (Cf. Propositio 41). Por tan­to, en la perspectiva de un renovado encuentro entre Biblia y culturas, quisiera reiterar a todos los exponentes de la cultura que no han de temer abrirse a la Palabra de Dios; ésta nunca destruye la verdadera cultura, sino que representa un estímu­lo constante en la búsqueda de expresiones huma­nas cada vez más apropiadas y significativas. Toda auténtica cultura, si quiere ser realmente para el hombre, ha de estar abierta a la transcendencia, en último término, a Dios.

 La Biblia como un gran códice para las culturas

110. Los Padres sinodales ha subrayado la im­portancia de favorecer entre los agentes cultura­les un conocimiento adecuado de la Biblia, inclu­so en los ambientes secularizados y entre los no creyentes (Cf. ibíd.); la Sagrada Escritura contiene valores antropológicos y filosóficos que han influido po­sitivamente en toda la humanidad (Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Fides et ratio (14 septiem­bre 1998), 80:AAS91 (1999), 67-68). Se ha de re­cobrar plenamente el sentido de la Biblia como un gran códice para las culturas.

 El conocimiento de la Biblia en la escuela y la universidad

111. Un ámbito particular del encuentro entre Palabra de Dios y culturas es el de la escuela y la universidad. Los Pastores han de prestar una aten­ción especial a estos ámbitos, promoviendo un conocimiento profundo de la Biblia que permita captar sus fecundas implicaciones culturales tam­bién para nuestro tiempo. Los centros de estudio promovidos por entidades católicas dan una con­tribución singular —que ha de ser reconocida— a la promoción de la cultura y la instrucción. Ade­más, no se debe descuidar la enseñanza de la religión, formando esmeradamente a los docentes. Ésta representa en muchos casos para los estudiantes una ocasión única de contacto con el mensaje de la fe. Conviene que en esta enseñanza se promue­va el conocimiento de la Sagrada Escritura, supe­rando antiguos y nuevos prejuicios, y tratando de dar a conocer su verdad (Cf. Lineamenta 23).

 La Sagrada Escritura en las diversas manifestaciones artísticas

112. La relación entre Palabra de Dios y cultura se ha expresado en obras de diversos ámbitos, en particular en el mundo del arte. Por eso, la gran tra­dición de Oriente y Occidente ha apreciado siem­pre las manifestaciones artísticas inspiradas en la Sagrada Escritura como, por ejemplo, las artes fi­gurativas y la arquitectura, la literatura y la música. Pienso también en el antiguo lenguaje de los iconos, que desde la tradición oriental se está difundiendo por el mundo entero. Con los Padres sinodales, toda la Iglesia manifiesta su consideración, estima y admiración por los artistas «enamorados de la belleza», que se han dejado inspirar por los textos sagrados; ellos han contribuido a la decoración de nuestras iglesias, a la celebración de nuestra fe, al enriquecimiento de nuestra liturgia y, al mismo tiempo, muchos de ellos han ayudado a reflejar de modo perceptible en el tiempo y en el espacio las realidades invisibles y eternas (Cf. Propositio 40). Exhorto a los organismos competentes a que se promueva en la Iglesia una sólida formación de los artistas sobre la Sagrada Escritura a la luz de la Tradición viva de la Iglesia y el Magisterio.

 Palabra de Dios y medios de comunicación social

113. A la relación entre Palabra de Dios y cultu­ras se corresponde la importancia de emplear con atención e inteligencia los medios de comunica­ción social, antiguos y nuevos. Los Padres sinoda­les han recomendado un conocimiento apropiado de estos instrumentos, poniendo atención a su rápido desarrollo y alto grado de interacción, así como a invertir más energías en adquirir compe­tencia en los diversos sectores, particularmente en los llamados new media como, por ejemplo, internet. Existe ya una presencia significativa por parte de la Iglesia en el mundo de la comunicación de ma­sas, y también el Magisterio eclesial se ha expre­sado más de una vez sobre este tema a partir del Concilio Vaticano II (Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Inter mirifica, sobre los medios de comunicación social; Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales, Instr. past. Communio et progressio, so­bre los medios de comunicación social, preparada por mandato especial del Concilio Ecuménico Vaticano II (23 mayo 1971): AAS 63 (1971), 593-656; Juan Pablo II, Carta ap. El rápido desa­rrollo (24 enero 2005): AAS 97 (2005), 265-274; Consejo Pon­tificio para las Comunicaciones Sociales, Instr. past. Aetatis novae, sobre las comunicaciones sociales en el vigésimo aniversa­rio de la Communio et progressio (22 febrero 1992): AAS 84 (1992), 447-468; Id., La Iglesia e internet (22 septiembre 2002)). La adquisición de nuevos métodos para transmitir el mensaje evangélico forma parte del constante impulso evangelizador de los creyentes, y la comunicación se extien­de hoy como una red que abarca todo el globo, de modo que el requerimiento de Cristo adquiere un nuevo sentido: «Lo que yo os digo de noche, decidlo en pleno día, y lo que os digo al oído pre­gonadlo desde la azotea» (Mt 10,27). La Palabra divina debe llegar no sólo a través del lenguaje escrito, sino también mediante las otras formas de comunicación (Cf. Mensaje final, IV, 11; Benedicto XVI, Mensaje para la XLIII Jornada mundial de las comunicaciones sociales 2009 (24 enero 2009): L'Osservatore Romano, ed. en lengua española (30 enero 2009), 3). Por eso, junto a los Padres sinodales, deseo agradecer a los católicos que, con competencia, están comprometidos en una pre­sencia significativa en el mundo de los medios de comunicación, animándolos a la vez a un esfuerzo más amplio y cualificado (Cf. Propositio 44).

 Entre las nuevas formas de comunicación de masas, hoy se reconoce un papel creciente a internet, que representa un nuevo foro para hacer resonar el Evangelio, pero conscientes de que el mundo virtual nunca podrá reemplazar al mundo real, y que la evangelización podrá aprovechar la realidad virtual que ofrecen los new media para es­tablecer relaciones significativas sólo si llega al contacto personal, que sigue siendo insustituible. En el mundo de internet, que permite que millones y millones de imágenes aparezcan en un número incontable de pantallas de todo el mundo, deberá aparecer el rostro de Cristo y oírse su voz, porque «si no hay lugar para Cristo, tampoco hay lugar para el hombre» (Juan Pablo II, Mensaje para la XXXVI Jornada mundial de las comunicaciones sociales 2002 (24 enero 2002), 6: L’Osservatore Romano, ed. en lengua española (25 enero 2002), p. 5).

 Biblia e inculturación

114. El misterio de la Encarnación nos mani­fiesta, por una parte, que Dios se comunica siem­pre en una historia concreta, asumiendo las claves culturales inscritas en ella, pero, por otra, la mis­ma Palabra puede y tiene que transmitirse en cul­turas diferentes, transfigurándolas desde dentro, mediante lo que el Papa Pablo VI llamó la evangelización de las culturas (Cf. Exhort. ap. Evangelii nuntiandi (8 diciembre 1975), 20:AAS68 (1976), 18-19). La Palabra de Dios, como también la fe cristiana, manifiesta así un carácter intensamente intercultural, capaz de encontrar y de que se encuentren culturas diferentes (Cf. Exhort. ap. postsinodal Sacramentum caritatis (22 fe­brero 2007), 78: AAS 99 (2007), 165).

 En este contexto, se entiende también el va­lor de la inculturación del Evangelio (Cf. Propositio 48). La Iglesia está firmemente convencida de la capacidad de la Palabra de Dios para llegar a todas las perso­nas humanas en el contexto cultural en que viven: «Esta convicción emana de la Biblia misma, que desde el libro del Génesis toma una orientación universal (cf. Gn 1,27-28), la mantiene luego en la bendición prometida a todos los pueblos gracias a Abrahán y su descendencia (cf. Gn 12,3; 18,18) y la confirma definitivamente extendiendo a "to­das las naciones" la evangelización» (Pontificia Comisión Bíblica, La interpretación de la Bi­blia en la Iglesia (15 abril 1993), IV, B). Por eso, la inculturación no ha de consistir en procesos de adaptación superficial, ni en la confusión sincretista, que diluye la originalidad del Evangelio para hacerlo más fácilmente aceptable (Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes, sobre la acti­vidad misionera de la Iglesia, 22; Pontificia Comisión Bíblica, La interpretación de la Biblia en la Iglesia (15 abril 1993), IV, B). El auténtico paradigma de la inculturación es la encarnación misma del Verbo: «La "culturización" o "incul­turación" que promovéis con razón será verdade­ramente un reflejo de la encarnación del Verbo, cuando una cultura, transformada y regenerada por el Evangelio, genere de su propia tradición viva expresiones originales de vida, celebración y pensamiento cristianos» (Juan Pablo II, Discurso a los Obispos de Kenya (7 mayo 1980), 6: AAS 72 (1980), 497), haciendo fermentar desde dentro la cultura local, valorizando los semina Verbi y todo lo que hay en ella de positivo, abriéndola a los valores evangélicos (Cf. Instrumentum laboris, 56).

 Traducciones y difusión de la Biblia

115. Si la inculturación de la Palabra de Dios es parte imprescindible de la misión de la Iglesia en el mundo, un momento decisivo de este proceso es la difusión de la Biblia a través del valioso tra­bajo de su traducción en las diferentes lenguas. A este propósito, se ha de tener siempre en cuenta que la traducción de las Escrituras comenzó «ya en los tiempos del Antiguo Testamento, cuando se tradujo oralmente el texto hebreo de la Biblia en arameo (Ne 8,8.12) y más tarde, por escrito, en griego. Una traducción, en efecto, es siempre más que una simple trascripción del texto origi­nal. El paso de una lengua a otra comporta ne­cesariamente un cambio de contexto cultural: los conceptos no son idénticos y el alcance de los símbolos es diferente, ya que ellos ponen en rela­ción con otras tradiciones de pensamiento y otras maneras de vivir» (Pontificia Comisión Bíblica, La interpretación de la Bi­blia en la Iglesia (15 abril 1993), IV, B).

 Durante los trabajos sinodales se ha debido constatar que varias Iglesias locales no disponen de una traducción integral de la Biblia en sus pro­pias lenguas. Cuántos pueblos tienen hoy ham­bre y sed de la Palabra de Dios, pero, desafortu­nadamente, no tienen aún un «fácil acceso a la sagrada Escritura» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum, sobre la divina revelación, 22), como deseaba el Concilio Vaticano II. Por eso, el Sínodo considera impor­tante, ante todo, la formación de especialistas que se dediquen a traducir la Biblia a las diferentes len­guas (Cf. Propositio 42). Animo a invertir recursos en este campo. En particular, quisiera recomendar que se apoye el compromiso de la Federación Bíblica Católi­ca, para que se incremente más aún el número de traducciones de la Sagrada Escritura y su difusión capilar (Cf. Propositio 43). Conviene que, dada la naturaleza de un trabajo como éste, se lleve a cabo en lo posible en colaboración con las diversas Sociedades Bíblicas.

 La Palabra de Dios supera los límites de las culturas

116. La Asamblea sinodal, en el debate sobre la relación entre Palabra de Dios y culturas, ha sentido la exigencia de reafirmar aquello que los primeros cristianos pudieron experimentar desde el día de Pentecostés (cf. Hch 2,1-13). La Palabra divina es capaz de penetrar y de expresarse en cul­turas y lenguas diferentes, pero la misma Palabra transfigura los límites de cada cultura, creando comunión entre pueblos diferentes. La Palabra del Señor nos invita a una comunión más amplia. « Salimos de la limitación de nuestras experiencias y entramos en la realidad que es verdaderamente universal. Al entrar en la comunión con la Palabra de Dios, entramos en la comunión de la Iglesia que vive la Palabra de Dios... Es salir de los límites de cada cultura para entrar en la universalidad que nos relaciona a todos, que une a todos, que nos hace a todos hermanos» (Benedicto XVI, Homilía durante la Hora Tercia de la pri­mera Congregación general del Sínodo de los Obispos (6 octubre 2008): AAS (2008), 760). Por tanto, anunciar la Palabra de Dios exige siempre que nosotros mis­mos seamos los primeros en emprender un reno­vado éxodo, en dejar nuestros criterios y nuestra imaginación limitada para dejar espacio en noso­tros a la presencia de Cristo.

 

Fuente: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/apost_exhortations/documents/hf_ben-xvi_exh_20100930_verbum-domini_sp.html#Palabra_de_Dios_y_culturas

 

5.1.5 Exhortación apostólica postsinodal Africæ munus (19-11-2011) nn. 36-38, 93, 125 y 136.

D. Inculturación del Evangelio y evangelización de la cultura

 36. Para lograr esta comunión, sería bueno volver a examinar una necesidad mencionada durante la Primera Asamblea del Sínodo para África: un estudio exhaustivo de las tradiciones culturales africanas. Los miembros del Sínodo han constatado la existencia de una dicotomía entre ciertas prácticas tradicionales de las culturas africanas y las exigencias específicas del mensaje de Cristo. La preocupación por la relevancia y la credibilidad exige de la Iglesia un profundo discernimiento con vistas a identificar los aspectos culturales que obstaculizan la encarnación de los valores del Evangelio, así como los que los promueven (Cf. Propositio 33).

37. Sin embargo, no debemos olvidar que el Espíritu Santo es el verdadero protagonista de la inculturación, «es el que precede, en modo fecundo, al diálogo entre la Palabra de Dios, revelada en Jesucristo, y las inquietudes más profundas que brotan de la multiplicidad de los hombres y de las culturas. Así continúa en la historia, en la unidad de una misma y única fe, el acontecimiento de Pentecostés, que se enriquece a través de la diversidad de lenguas y culturas» (Congregación para la Doctrina de la Fe, Nota doctrinal acerca de algunos aspectos de la evangelización (3 diciembre 2007), 6: AAS (2008), 494). El Espíritu Santo actúa para que el Evangelio sea capaz de impregnar todas las culturas, sin dejarse atenazar por ninguna de ellas (Cf. Pablo VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi (8 diciembre 1975), 19-20: AAS 68 (1976), 18-19). Los Obispos se preocuparán de velar para que esta exigencia de inculturación se cumpla según las normas establecidas por la Iglesia. Discernir los elementos culturales y tradiciones contrarios al Evangelio ayudará a separar el trigo de la cizaña (cf. Mt 13,26). De este modo, el cristianismo, aunque permaneciendo fiel a sí mismo, con absoluta fidelidad al anuncio evangélico y a la tradición de la Iglesia, asumirá el rostro de las innumerables culturas y pueblos donde ha sido acogido y ha arraigado. Así, la Iglesia llegará a ser un icono del futuro que el Espíritu de Dios nos prepara (Cf. Juan Pablo II, Carta ap. Novo millennio ineunte (6 enero 2001), 40: AAS 93 (2001), 295), icono al que África ofrecerá su propia contribución. En esta obra de inculturación, tampoco hay que olvidar la tarea, igualmente esencial, de la evangelización del mundo de la cultura contemporánea africana.

38. Son conocidas las iniciativas de la Iglesia en la apreciación positiva y en la preservación de las culturas africanas. Es muy importante continuar con esta tarea, dado que la entremezcla de los pueblos, aun siendo un enriquecimiento, frecuentemente debilita las culturas y la sociedades. Lo que está en juego en estos encuentros entre culturas es la identidad de las comunidades africanas. Hay que esforzarse, pues, en transmitir los valores que el Creador ha infundido en los corazones de los africanos desde la noche de los tiempos. Estos han servido de matriz para modelar sociedades que viven en una cierta armonía, porque llevan en su interior formas tradicionales de regular una convivencia pacífica. Por tanto, hay que dar relieve a estos elementos positivos, iluminándolos desde dentro (cf. Jn 8,12), para que el cristiano sea realmente alcanzado por el mensaje de Cristo, y de este modo la luz de Dios brille en los ojos de los hombres. Entonces, al ver las buenas obras de los cristianos, los hombres y las mujeres darán gloria «al Padre que está en el cielo» (Mt 5,16).

(…)

93. Puesto que se apoya en las religiones tradicionales, se percibe hoy un cierto recrudecer de la hechicería. Renacen los temores y se crean lazos de sujeción paralizante. Las preocupaciones sobre la salud, el bienestar, los niños, el clima, la protección contra los malos espíritus, llevan en ocasiones a recurrir a prácticas tradicionales de las religiones africanas que están en desacuerdo con la enseñanza cristiana. El problema de la «doble pertenencia» al cristianismo y a estas religiones sigue siendo un desafío. Para la Iglesia en África, es necesario guiar a las personas a descubrir la plenitud de los valores del Evangelio, mediante la catequesis y una profunda inculturación. Conviene determinar cuál es el significado profundo de las prácticas de brujería, identificando las implicaciones teológicas, sociales y pastorales que conlleva este flagelo.

(…)

VII. Los catequistas

125. Los catequistas son agentes de pastoral valiosos en la misión de evangelizar. Su papel ha sido muy importante en la primera evangelización, el acompañamiento catecumenal, la animación y la ayuda a las comunidades. «Con toda naturalidad, llevaron a cabo una inculturación eficaz, que produjo excelentes frutos (cf. Mc 4,20). Fueron los catequistas quienes consiguieron que la “luz brille ante los hombres” (Mt 5,16), porque, viendo el bien que hacían, poblaciones enteras pudieron dar gloria a nuestro Padre que está en los cielos. Africanos que evangelizaron a africanos» (Discurso a los miembros del Consejo especial para África del Sínodo de los Obispos (Yaundé, 19 marzo 2009): AAS 101 (2009), 311-312). Este papel importante en el pasado, sigue siendo crucial para el presente y el futuro de la Iglesia. Les doy las gracias por su amor a la Iglesia.

(…)

136. La misión confiada por la Exhortación apostólica Ecclesia in Africa a las instituciones universitarias católicas conserva todo su valor. Mi beato Predecesor ha escrito: «Las Universidades e Institutos Superiores católicos en África tienen un papel importante en la proclamación de la Palabra salvífica de Dios. Son un signo del crecimiento de la Iglesia cuando incorporan en sus investigaciones las verdades y las experiencias de la fe y ayudan a interiorizarlas. Estos centros de estudio están así al servicio de la Iglesia, ofreciéndole personal bien preparado; estudiando importantes cuestiones teológicas y sociales; desarrollando la teología africana; promoviendo el trabajo de inculturación [...]; publicando libros y difundiendo el pensamiento católico; emprendiendo las investigaciones que les encargan los Obispos y contribuyendo a un estudio científico de las culturas […] Los centros culturales católicos ofrecen a la Iglesia singulares posibilidades de presencia y acción en el campo de los cambios culturales. En efecto, éstos son unos foros públicos que permiten, mediante el diálogo creativo, una amplia difusión de convicciones cristianas sobre el hombre, la mujer, la familia, el trabajo, la economía, la sociedad, la política, la vida internacional y el ambiente. Son así un lugar de escucha, de respeto y tolerancia» (Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Ecclesia in Africa (14 septiembre 1995), 103: AAS 88 (1996), 62-63). Los Obispos han de velar para que estos centros universitarios conserven su naturaleza católica, asumiendo siempre orientaciones fieles a las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia.

Fuente: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/apost_exhortations/documents/hf_ben-xvi_exh_20111119_africae-munus_sp.html

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